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Opinión

Recuerdo centenario: Batalla de Junín (1824-1924)

Como un recuerdo muy especial de mi primera infancia, guardo en mi
memoria aquel de los preparativos y festejos por el Primer Centenario de la
Batalla de Junín, una de las dos gloriosas gestas militares que dieron al Perú y a
América del Sur la libertad definitiva del yugo extranjero.

Sin embargo, lo más importante es el recuerdo de mi presencia, ese lejano
6 de agosto de 1924, en el majestuoso escenario de la Batalla de Junín sobre la
que tanto comentaban hacía meses, por una u otra razón, autoridades y
población.

Todo lo que escuché en las conversaciones de los mayores, todo lo que vi
y oí en las actividades de los colegiales, que ensayaban marchas y cantos; la
expectativa general de la población; el ir y venir de mis padres y las constantes
reuniones de papá con amigos y autoridades; las siempre adecuadas y
pedagógicas respuestas de papá a mis innumerables preguntas, que nunca
quedaban sin contestación, despertaron en mí lo que podríamos llamar las
primeras emociones patrióticas. Estas semillas con el tiempo enraizaron en mi
razón y sentimiento hasta convertirse en un gran amor y respeto por la patria.

Es muy importante que niños y adolescentes tengan un completo
conocimiento de la historia de su país. Hoy, por desgracia, esta enseñanza es
muy superficial, por lo que muchos miran con indiferencia lo que sucede y el
porqué de esta situación actual de olvido de los valores patrios.

Esa niña de cuatro años guarda en su interior esas primeras emociones
como un evento de jóvenes valientes que, montados en briosos caballos o a pie
con toscas botas, desviaron espadas y sables, guiados por las arengas patrióticas
y el sonido de cornetas y tambores. Delante de ellos cabalgaban heroicos jefes.

Recuerdo que a esa temprana edad de cuatro años los nombres de Simón
Bolívar, José de Sucre y Andrés Rázuri entraron en mi memoria. Todo lo
recuerdo como si fueran estampas con sonido. Cuando de los brazos paternos
descendí hasta hundir mis pies en las pampas de Chacamarca, creí que todavía
estaban las huellas de las botas de los héroes y me sentí feliz.

Nunca había visto tal multitud de gente, tanta variedad de uniformes y
vestidos. En brazos paternos y de fieles empleados logré ver y oír a muchos
señores con medallas sobre el pecho que leían largos discursos que yo no
entendía, pero sí miraba y alcanzaba a ver plataformas elevadas llenas de sillas
donde estaban las autoridades, envíados de otros países, ciudadanos notables del
Cerro de Pasco, de Huancayo, de Jauja, de Canta, de Tarma, etc. Es decir, era
una gran celebración del centro del Perú. El gélido e imponente paisaje
reflejaba, sin duda, su majestad en las frías aguas del lago de Junín. A lo lejos se
veían pequeñas humaredas ocasionadas por las fogatas de los indios pastores
que se acercaron lo más que pudieron para observar esa multitud de personas.
Por supuesto, ellos no fueron invitados al desfile. Algunos tenían que ayudar a
preparar las ricas pachamancas, como la ofrecida por la amiga de la familia
Doña Dorotea, próspera estanciera con importantes contratos con los principales
centros mineros.

No recuerdo el regreso, solo oigo la voz de mi madre pidiéndole a papá
que buscará a mis hermanos, que a lo mejor habían regresado al Cerro en uno de
los trenes especiales que la compañía tuvo la “cortesía” de ofrecer. Quizá me
dormí. Lo último que recuerdo es la voz de papá avisándole a nuestra mamá que
había encontrado a los niños.

Todas estas vivencias fueron dejando en mi corazón de niña unas semillas
que con el tiempo echaron raíces profundas y me dieron la plena conciencia de
lo que es la patria y el amor y respeto que le debemos. Esos lejanos días los viví
en mi ciudad natal, el Cerro de Pasco que, por entonces, era capital de
departamento y centro de la poderosa compañía Cerro de Pasco Copper
Corporation, la compañía minera más importante del Perú y que trajo la
prosperidad para muchos habitantes salvo para los indios mineros que
trabajaban en las galerías subterráneas de las minas sin ninguna garantía ni
económica ni legislativa, sometidos a la injusticia.

Una reflexión final: me dirijo a todas las Fuerzas Armadas. Ustedes
conforman la institución más respetada por los ciudadanos que las consideran
los defensores de la patria y sus valores. Ojalá que jamás se rompa ese respeto
que han ganado a través de sus actos a lo largo de la historia del Perú.

Germina A. Villar de Fuentes
6 de agosto de 2024

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